27 de marzo de 2020

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE ENTREGA 27/03/2020

Yo vivía más allá de Aldgate, a medio camino entre Aldgate Church y Whitechapel Bars, en la mano izquierda o lado norte de la calle; y como la enfermedad no había alcanzado ese lugar de la City, mi vecindad siguió muy tranquila. Pero en el otro lado de la ciudad la consternación era muy grande; y la gente rica, en particular la nobleza y la alta burguesía de la parte occidental de la City, abandonaba en masa la ciudad con sus familiares y sirvientes, de manera inusitada. Este espectáculo se observaba mejor en Whitechapel, es decir, en la calle Broad, donde yo vivía. En verdad, no había otra cosa para ver que coches y carretas cargadas de bienes, mujeres, sirvientes, niños, etc.; coches llenos de gente de la clase alta, y jinetes que los acompañaban, y todos huyendo. Luego aparecieron coches y carretas vacíos, y caballos de reserva con sirvientes, quienes -era evidente- volvían o eran enviados del campo para recoger más gente. Había, también, incontables jinetes, algunos solitarios, otros seguidos por criados; en general, todos cargados de equipaje y dispuestos para viajar, lo que cualquiera podía notar por su apariencia.
Esta era una visión muy terrible y melancólica; y como se trataba de un espectáculo que yo no podía dejar de contemplar de la mañana a la noche (porque, en verdad, no había otra cosa que contemplar en ese momento), me llenaba de sombríos pensamientos acerca de la desgracia que estaba cayendo sobre la ciudad, y de la desdichada situación de quienes permanecerían en ella.
Durante algunas semanas, la gente se precipitó de modo tal que resultaba imposible llegar a la puerta del Lord Mayor sin superar extraordinarias dificultades. La multitud se apiñaba para conseguir pases y certificados de salud como si viajaran al extranjero; porque sin esos documentos no se permitía a nadie atravesar las ciudades por los caminos, ni alojarse en ninguna posada. Ahora bien, como durante toda esa época nadie murió en la City, mi Lord Mayor no puso reparos en dar certificados de salud a los habitantes de las noventa y siete parroquias de la City y -durante un tiempo- a los residentes de las liberties.
Esta precipitación duró -durante un tiempo- algunas semanas, es decir, los meses de mayo y junio; tanto más porque se murmuraba que el Gobierno estaba por expedir la orden de instalar barreras y vallas en la ruta para evitar que la gente viajara, y que las ciudades ubicadas sobre la ruta no tolerarían el paso de los londinenses por miedo a que llevaran la infección con ellos. Pero esos rumores carecían de fundamento salvo en la imaginación popular, especialmente al principio.
Entonces comencé a considerar seriamente mi propio caso y cómo dispondría de mi persona; es decir, si decidiría permanecer en Londres o cerrar mi casa y volar, como tantos de mis vecinos habían hecho. He anotado este asunto tan, detalladamente, porque tal vez mi historia pueda resultar útil a quienes vengan detrás de mí, si alguna vez se vieran sometidos a la misma angustia y a la misma opción; por esta razón deseo que esta narración sea, más que una historia de mis actos, una guía para los de aquellos a quienes muy poco puede importar lo que fue de mí.
Tenía ante mí dos importantes asuntos: uno era sostener mi tienda y mis negocios, que eran considerables, y en los que había embarcado todo lo que poseía en el mundo; el otro era la protección de mi vida ante una calamidad tan funesta como la que yo veía caer ostensiblemente sobre la ciudad entera, y cuya gravedad, como si no fuera bastante por sí misma, se veía tal vez muy aumentada por mis temores tanto como por los ajenos...