Tuve otro encuentro en pleno día. Fue atravesando un pasaje angosto entre Petty France y Bishopsgate Churchyard, junto a una hilera de asilos. En la iglesia de Bishops-gate hay dos cementerios; uno al lado de la puerta; el otro a un costado del estrecho pasaje sobre cuya mano izquierda están los hospicios; sobre la derecha hay una pared baja con una empalizada, y más a la derecha, sobre el otro lado, está el muro de la City.
En ese angosto pasaje había un hombre mirando a través de la tapia hacia el camposanto y a su alrededor tanta gente como la estrechez del lugar permitía. Él les hablaba muy seriamente, y señalando ya un lugar, ya otro, afirmaba que veía un fantasma caminando sobre las lápidas sepulcrales. Describió la forma, la postura y el movimiento con tanto detalle que lo embarazó mucho el hecho de que nadie lo viera tan bien como él. De pronto gritaba: «¡Allí está, ahora viene para aquí!» Luego: «¡Se da vuelta!», hasta que, al fin, convenció tanto a la gente que uno imaginó que lo veía y otros hicieron lo mismo.
Miré hacia todos lados con ahínco, pero no pude ver nada; sin embargo, él se mostró tan seguro que sugestionó poderosamente a los circunstantes, y los dejó temblorosos y asustados. Al fin, poca gente, entre la que conocía la historia, se atrevía a atravesar ese pasaje de día, y difícilmente alguien lo hacía de noche, cualquiera fuese el asunto que lo llamara.
Aquel espectro, afirmó el pobre hombre, señalaba las casas, el suelo y las personas, insinuando claramente que muchos serían enterrados en aquel cementerio, como en verdad sucedió. Pero debo confesar que nunca creí que el hombre lo hubiera visto, y tampoco lo vi yo, aunque para verlo miré todo lo posible.
Estas cosas sirven para mostrar hasta qué punto era sojuzgada la gente por ilusiones engañosas. Como tenían idea de que la Visitación se acercaba, todas sus predicciones se referían a una terrorífica epidemia que caería sobre la ciudad entera, y aun sobre el reino, devastando y destruyendo casi toda la nación, tanto a los hombres como a las bestias.
Como ya dije, los astrólogos sumaron a esto las historias sobre conjunciones malignas de planetas, de influencia dañina. Una de esas conjunciones debía ocurrir, y ocurrió, en octubre, y la otra en noviembre. Llenaron la cabeza de la gente con predicciones de estas señales celestes, insinuando que anunciaban sequía, hambre y pestilencia. Sin embargo se equivocaron totalmente en lo que se refiere a las dos primeras, pues no tuvimos estación seca: por el contrario, el año empezó con una fuerte helada que se prolongó de diciembre hasta marzo. Y luego el tiempo se mostró moderado, más bien templado que caluroso y con vientos frescos. En resumen, hubo el tiempo correspondiente a la estación, y también varias grandes lluvias.
Se hicieron algunos intentos para suprimir la impresión de libros que aterrorizaran al pueblo, y para asustar a sus difusores, algunos de los cuales fueron prendidos. Pero estos intentos no fueron llevados hasta la última instancia porque, según se me informó, el Gobierno se mostraba renuente a exasperar a la gente, que ya estaba bastante fuera de sí.
Tampoco puedo absolver a esos clérigos que con sus sermones contribuían más a hundir que a elevar los corazones de sus oyentes. Sin duda muchos de ellos lo hacían
para fortalecer al público y para avivar el arrepentimiento, pero el medio no convenía a los fines, o por lo menos no alcanzaba a compensar el daño ocasionado. En verdad debo confesar que pensé que, así como Dios nos atrae hacia Él a través de las Escrituras, más mediante invitaciones y llamados que por el terror y el pasmo, los clérigos debían haber imitado a nuestro bendito Dueño y Señor, cuyo Evangelio entero está colmado de declaraciones del cielo sobre la merced de Dios, y su buena voluntad para recibir penitentes y perdonarlos, y por eso su Evangelio es llamado el Evangelio de la Paz y el Evangelio de la Gracia.