25 de abril de 2020

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE ENTREGA 25/04/2020

Por aquella época tuvimos muchas historias espeluznantes de enfermeras y de cuidadores de moribundos; esto es, de enfermeras asalariadas que, en vez de atender a los apestados, los trataban de un modo bárbaro, hambreándolos, asfixiándolos o apresurando su fin por otros medios criminales: es decir, asesinándolos. También se decía que algunos cuidadores, destinados a vigilar las casas puestas bajo consigna, penetraban en éstas, mediante fractura, cuando ya no quedaba más que una persona, quizás acostada y enferma, la mataban y la arrojaban de inmediato a la carreta de los muertos, con lo cual la enviaban aún tibia a la tumba.
No puedo negar que tales homicidios se hayan cometido; creo que dos culpables fueron a parar a la prisión, pero murieron antes de haber sido juzgados, y he oído decir que otros tres fueron absueltos, en distintas oportunidades, del cargo de asesinato de ese tipo. Pero no creo que hayan sido crímenes tan comunes como a muchos les agrada decir.
Tampoco puedo negar que en aquel triste tiempo se cometieron muchos robos y malas acciones. El poder de la avaricia era tan fuerte que algunos habrían corrido cualquier riesgo con tal de robar o saquear. Y así fue como se aventuraron, sobre todo en las casas cuyas familias y demás moradores habían muerto y, sin entrar a considerar los peligros de la infección, despojaron de su ropa a los cadáveres, llevándose las sábanas entre las que yacían otros cuerpos.
Tal fue sin duda el caso de una familia de Houndsditch: un hombre y su hija fueron hallados en el suelo, completamente desnudos, el hombre en una habitación y la hija en otra contigua. Supongo que al resto de la familia ya se lo había llevado el carro de la muerte. Se pensó que los ladrones los habían hecho caer de sus camas, pues las sábanas de éstas habían desaparecido.
Preciso es destacar que en aquella calamidad las mujeres eran las más temerarias, las más descaradas, las más insensatas. Muchas se emplearon como nurses para cuidar enfermos y cometieron gran cantidad de pequeños hurtos en las casas que las contrataron. Debido a esas fechorías, algunas fueron públicamente azotadas; más bien deberían haber sido colgadas-para que sirvieran de escarmiento- en razón de los incontables hogares que en semejante ocasión fueron desvalijados. Por fin los oficiales de la parroquia fueron encargados de designar las cuidadoras de los enfermos. Y siempre tomaban buena nota de las mujeres que enviaban, a fin de poder ajustarles las cuentas si llegaban a abusar de las casas a las que eran asignadas.
Pero los robos continuaban y recaían, sobre todo, en los vestidos, en la ropa blanca, en lo primero que se encontraba, como anillos o dinero, no bien la persona puesta bajo su cuidado exhalaba el último suspiro. Con todo, no se trataba de un saqueo general. Yo sólo podría citar el caso de una nurse que varios años después, ya en su lecho de muerte, confesó con el más profundo horror los hurtos que había cometido mientras era cuidadora de enfermos y gracias a los cuales se había enriquecido considerablemente. En cuanto a los homicidios, no cuento con ninguna prueba de este tipo, a no ser la que ya he adelantado.
Se me ha contado, en verdad, el caso de una nurse que habría arrojado un lienzo empapado al rostro del moribundo puesto bajo su cuidado, para poner término a aquella vida que no terminaba de exhalar el último suspiro. Y el de otra nurse que pretendió asfixiar a una joven mientras ésta se hallaba desvanecida y que en ese momento habría vuelto en sí. Y el de otras más que dieron muerte a sus enfermos de tal o cual manera. Y, por último, el de otras que provocaron la muerte por no haberles dado nada de nada. Pero tales historias presentaban dos aspectos sospechosos, que siempre me inducían a desdeñarlas o a considerarlas como meros chismes con los que las personas se aterrorizaban de continuo unas a otras. Ante todo, estuviera uno donde estuviere, la escena siempre ocurría en el otro extremo de la ciudad, justamente en el opuesto, o bien en el sitio más alejado de aquel en el que se la narraba. Si a uno se la contaban en Whitechapel, la cosa había tenido lugar en St. Giles, o en Westminster, o en Holborn, o de este lado de la ciudad; pero si uno se hallaba de este lado, el asunto había sucedido en Whitechapel o en Minories, o bien en la parroquia de Cripplegate. Si a usted le hablaban en la City, ¡oh!, entonces la cosa había ocurrido en Southwark. ¿Le hablaban en Southwark? Entonces se trataba de la City, y siempre así.