DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE ENTREGA 02/05/2020
Y mi corazón latía con fuerza al sentir hasta qué punto la virtud de aquel hombre descansaba en una base más sólida que la mía. Él, carente de refugio, permanecía ligado a su familia, a la que debía asistir. Yo no tenía familia; no sólo era pura presunción, en tanto que él vivía en una verdadera dependencia, € confiándose valientemente a Dios, lo que no le impedía emplear todos los medios posibles para resguardar su seguridad.
Me alejé un poco, asediado por aquellos pensamientos y sin poder, tampoco yo, contener las lágrimas. Por último, después de haber charlado unos momentos más, la pobre mujer abrió la puerta y llamó:
-¡Robert, Robert!
Él le rogó esperar un instante. Corrió entonces hasta la escala que llevaba a su barca; iba en busca del saco en que guardaba las provisiones que le habían dado en los barcos. Regresó y volvió a gritar; fue hasta la piedra que me había señalado, vació el contenido del saco y se retiró. Su mujer bajó acompañada por un muchachito; él le gritó que tal o cual capitán le enviaba tal o cual cosa, y añadió:
-Dios nos da todo: démosle gracias.
Pero la pobre mujer se hallaba demasiado débil para transportar aquellas cosas de una sola vez, aunque el conjunto no fuera muy pesado; dejó los bizcochos en una bolsita y le encargó al chiquillo que los cuidara hasta que ella volviera.
-¡Pero cómo! -le dije-. ¿También le da los cuatro chelines, es decir, su salario de toda la semana?
-¡Oh, claro! -me contestó-. Por ella misma va a saberlo. -Y llamó-: ¡Rachel, Rachel!, ¿recogiste el dinero?
-Sí -dijo ella.
-¿Cuánto había?
-Cuatro chelines y un penique.
-Está bien. Que Dios te proteja.
Y se volvió para partir.
Pero yo no podía dejar de verter lágrimas por aquel hombre, y tampoco pude reprimir mi caridad para con él. Y lo llamé:
-Escuche, amigo mío, acérquese; considero que usted se halla perfectamente sano y puedo arriesgarme a su lado. -Entonces saqué la mano que mantenía en un bolsillo-: Tenga. Llame a Rachel nuevamente y añada un poco de bienestar de mi parte. Dios nunca abandona a una familia que pone su confianza en Él, como lo hacen ustedes.
Le ofrecía otros cuatro chelines, rogándole que los depositara sobre la piedra y que llamara a su mujer.
No hay palabras para expresar el agradecimiento del pobre hombre y la manera en que me lo testimonió; sólo supo dar libre curso a sus lágrimas. Llamó a su mujer y le dijo que Dios había tocado el corazón de un extraño con el relato de su historia, y que éste le había dado todo ese dinero. También la mujer manifestaba su gratitud tanto para con el cielo como para conmigo, y alegremente recogió los cuatro chelines. No recuerdo que ese año haya empleado mi dinero en nada mejor.
Luego le pregunté al pobre hombre si la epidemia había llegado a Greenwich. Me dijo que no, al menos hasta la semana anterior, aunque temía que ya estuviese por llegar allí e incluso que ya reinase en la parte sur de la ciudad (hacia el lado del puente de Deptford). Él, por su parte, nunca iba más que a lo del carnicero y a lo del tendero, para comprar lo que se le encargaba. Era muy prudente.
Me asombré de que toda aquella gente, así encerrada en sus barcos, no hubiese llevado consigo en suficiente cantidad todo cuanto podía necesitar. El hombre me dijo que algunos lo habían hecho, pero que otros habían llegado a bordo urgidos por el miedo, cuando ya se hacía muy peligroso ir a lo de los comerciantes para aprovisionarse. Me señaló dos barcos en los que sólo había galleta de marinero y cerveza. Él había llevado las provisiones necesarias para casi todo el mundo. Averigüé si había otros barcos igualmente aislados. Me dijo que sí y que remontando el río hacia el lado de Greenwich, hasta las riberas de Limehouse y Redriff, se podía ver a todos los que allí habían encontrado lugar, acomodados de a dos en medio dei río, y que incluso a bordo de algunos se hallaban varias familias. Tuve la inquietud de saber si - la epidemia había llegado hasta ellos, pero el hombre no lo creía, a no ser en dos o tres barcos cuyos moradores habían permitido, por negligencia, que los marineros bajasen a tierra, lo que en los otros estaba prohibido, y añadió que era un bonito espectáculo ver los barcos fondeados en el Pool.
Como me dijera que en cuanto subiese la marea iba a regresar a Greenwich, le pedí que me permitiera acompañarlo, porque sentía sumo deseo de ver los barcos alineados en la forma en que él me había contado. Aceptó, con la condición de que le diese mi palabra de cristiano y de hombre decente de que yo estaba completamente sano. Le aseguré que Dios había querido protegerme, que vivía en Whitechapel y que, impaciente por estar tanto tiempo encerrado, me había aventurado hasta allí para tomar un poco de aire, y que en mi casa nadie se hallaba afectado.
-Está bien, señor -respondió-; puesto que su caridad se ha apiadado de nosotros, de mí y de mi pobre familia, está claro que no podría usted tenerla crueldad de subir a mi barco si no estuviese completamente sano, porque lo contrario equivaldría a matarme y a arruinar a todos los míos.
El pobre hombre me conmovía al hablar de su familia con tanta inteligente solicitud, con tal afecto, y vacilé en seguirlo. Me sentía dispuesto a abandonar mi curiosidad con tal de no incomodarlo, por mucho que yo estuviera seguro, absolutamente seguro, de hallarme tan enfermo como el hombre más sano del mundo. Pero él, por su parte, no quiso que yo renunciara y, para mostrarme la confianza que depositaba en mí, insistió en que partiera con él; de manera que cuando la marea comenzó a subir, bajé a su barca y me llevó a Greenwich. En tanto el hombre hacía las compras que le habían encargado, ascendí hasta lo alto de la colina que domina la ciudad, hacia el este, para tener una vista de conjunto del río. Era un espectáculo verdaderamente sorprendente el número de barcos fondeados en fila, de dos en dos; en algunos sitios había hasta dos o tres filas, a todo lo ancho del río, y la visión continuaba no sólo hasta los aledaños de la ciudad, entre los barrios de Ratcliffy Redriff, en lo que se llama el Pool, sino también descendiendo el río hasta Long Reach, que limitaba el horizonte de la colina.