DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE ENTREGA 28/05/2020
Pero encontré, en suma, que la naturaleza del contagio era tal, que resultaba imposible descubrir éste y evitar su propagación por medios humanos.
Aquí se presenta una dificultad que nunca he podido terminar de esclarecer y para la que no veo más que una manera de proceder. Fue el 20 de diciembre de 1664, poco más o menos, cuando murió de peste en Long Acre, o en las inmediaciones, la primera persona. Cosa corriente es limitarse a decir que esa persona contrajo la enfermedad de un fardo de sedas importado de Holanda, que fue abierto en su casa. Hasta el 9 de febrero, época en que fue enterrada otra víctima de la misma casa, no volvió a hablarse de caso mortal alguno, no se dijo que la epidemia hubiera comenzado a reinar. Lo que supone unas siete semanas, más o menos. Luego se hizo silencio, y el público se tranquilizó por completo durante un período bastante largo, ya que no encontró en el registro semanal la noticia de ninguna muerte debida a la peste, hasta el 22 de abril, día en que se enterró a otras dos víctimas, no de la misma casa, pero sí de la misma calle y sobre todo, me acuerdo, de la casa más próxima a la primera en ser contaminada. Había habido un intervalo de nueve semanas; después, durante una quincena, no tuvimos más novedades. Luego la peste se declaró en varias calles y se propagó por doquier. De modo que el problema parece reducirse a esto: ¿dónde estuvieron los gérmenes de la infección durante todo ese tiempo? ¿Por qué hubo una interrupción tan prolongada? ¿Y por qué no se prolongó más? O bien la enfermedad no tenía por causa el contagio directo de un hombre a otro, o bien, si no, un cuerpo podía permanecer infectado, sin que la enfermedad se declarara, durante muchos días, aun durante semanas; ya no una cuarentena, sino una sesentena. Y más.
Es verdad -yo mismo lo he observado, y el hecho es conocido por muchos sobrevivientes- que el invierno fue muy frío y que una feroz helada se prolongó por tres meses; los doctores dijeron que había logrado detener el contagio. Pero en tal caso los sabios me permitirán señalar que si la enfermedad, de acuerdo con sus observaciones, estaba tan sólo, digamos, helada, entonces habría debido, lo mismo que un río, recuperar su fuerza y retomar su curso habitual en el momento del deshielo, cuando en realidad el primer apaciguamiento del mal tuvo lugar de febrero a abril, en momentos en que se rompía el hielo y el tiempo era dulce y tibio.
Pero hay otro medio de resolver la dificultad; mis recuerdos personales habrán de ayudarme a hacerlo... Nada prueba que nadie haya muerto en los largos intervalos del 20 de diciembre al 9 de febrero y luego al 22 de abril. El único testimonio estriba en la hoja semanal, y no es posible tener confianza en este tipo de boletines (yo, por lo menos, no la tengo) hasta el punto de construir con ellos una hipótesis y decidir respecto de un problema de semejante importancia. La opinión admitida en aquella época, y basada, creo, en hechos serios, era que los oficiales de las parroquias, los investigadores y las personas designadas para rendir cuenta del número de muertos y de las enfermedades causantes de la muerte se valían de fraudes. Debido a que a la gente le repugnaba el hecho de que la casa de sus vecinos pudiese estar infectada, pagaban, o mejor dicho, sobornaban a los empleados públicos para que señalasen las muertes bajo rótulos inofensivos. Y sé que más tarde esto se practicó en muchos lugares. Hasta puedo decir: allí -en donde la peste se puso de manifiesto- según puede verse por el enorme aumento registrado en el obituario- se la atribuyó a otras enfermedades mientras duró la epidemia. Por ejemplo, durante los meses de julio y agosto, cuando la peste había alcanzado su punto culminante, era cosa corriente ver de 1000 a 1200 y hasta 1500 muertos por semana atribuidos a otras enfermedades. No quiere decir que el número de éstas no haya realmente aumentado, sino que un elevado número de familias y casas, realmente infectadas, obtuvieron el favor de hacer inscribir sus muertos bajo el nombre de otras enfermedades, para evitar la clausura de sus casas. Por ejemplo:
Muertos de otras enfermedades además de la peste:
Del 18 de julio al 25 de julio 942
Del 25 de julio al 1 de agosto 1004
Del 1 de agosto al 8 de agosto 1213
Del 8 de agosto al 15 de agosto 1439
Del 15 de agosto al 22 de agosto 1331
Del 22 de agosto al 29 de agoto 1394
Del 29 de agosto al 5 dé septiembre .....1260
Del 5 de septiembre al 12 de septiembre 1050
Del 12 de septiembre al 19 de septiembre 1130
Del 19 de septiembre al 26 de septiembre 920
Es indudable que el mayor número, o por lo menos un número elevado, había muerto de peste, pero se había logrado convencer a los oficiales para que declararan los decesos conforme acabamos de señalarlo. Veamos ahora las cifras de ciertos tipos de enfermedades, así descubiertas:
Ag.1 Ag.8 Ag.15 Ag.22 Ag.29 Se.5 Se.12 Se.19
Fiebre 314 353 348 383 364 332 309 268
Fiebre eruptiva 174 19O 166 165 157 97 101 65
Indigestión 85 87 74 99 68 45 49 36
Dientes 90 113 111 133 138 128 121 112
663 743 695 780 727 602 580 481
Había varias otras enfermedades colaterales que aumentaron por las mismas razones, como fácilmente puede verse: senilidad, consunción, vómitos, abscesos, cólicos, etc., muchas de las cuales afectaron a personas a las que no se consideraba infectadas. Pero como para las familias resultaba de suma importancia ocultar, tanto como fuera posible, su contaminación, cada cual tomaba todas las medidas imaginables para que no se fuera a pensar en la peste y para que, si alguien moría en la casa, el deceso fuera declarado a los investigadores e inspectores como debido a otra enfermedad. Lo cual se aplica a los largos intervalos que, como ya dije, se extendieron entre el deceso de las primeras personas oficialmente declaradas muertas por la peste y el momento en que la enfermedad se extendió a la lista y paciencia de todos, sin poder ya ocultársela.