Volvamos ahora a nuestros tres hombres. Su historia es una lección de moral, del principio al fin, y su conducta, así como la de quienes se les unieron, sería un modelo que debería seguir toda la pobre gente si semejantes tiempos volvieran a presentarse. Y aun cuando al contar esa historia no tenga yo otra finalidad, creo que mi relato podría encontrar en ella su justificación, aunque los hechos no hayan sido rigurosamente exactos. '
Se decía que dos de ellos eran hermanos: uno, antiguo soldado, se había convertido en panadero; el otro, marino lisiado, era ahora fabricante de velámenes. Y el tercer hombre era carpintero. Un día, John, el panadero, dijo a su hermano Thomas, el fabricante de velas:
-Hermano Tom, ¿qué será de nosotros? La peste se agrava en la ciudad y está a punto de llegar aquí. ¿Qué vamos a hacer? -La verdad -dijo Thomas- es que estoy bien reventado.
Si llega a Wapping, me veré obligado a dejar mi alojamiento. Y así fue cómo comenzaron a hablar.
JOHN: ¡Tom, dejar tu alojamiento! ¿Y quién va a alquilarte nada entonces? La gente está tan asustada, tanto se asustan unos a otros, que en estos momentos no hay dónde meterse.
THOMAS: ¡Oh!, mis patrones son buenos y decentes, y bastante amables conmigo; pero dicen que yo salgo todos los días para ir a mi
trabajo y que esto puede ser peligroso. Hablan de encerrarse y de no permitir que se les acerque nadie.
JOHN: ¡Y están en lo cierto! Siempre que deseen permanecer en la ciudad.
THOMAS: Yo podría decidirme a encerrarme con ellos, porque aparte de unas velas que mi jefe tiene entre manos, y que ya estoy terminando, es probable que durante mucho tiempo no haya más trabajo. En estos momentos no hay nada que hacer. Los obreros y los domésticos han sido despedidos, y yo me consideraría muy dichoso de estar encerrado con ellos, pero no creo que lo consientan.
JOHN: ¿Y qué piensas hacer entonces, hermano? ¿Y yo? ¿Qué voy a hacer yo? Porque estoy casi tan mal como tú. Toda la gente de la casa en que vivo se ha ido al campo, excepto una criada que se irá la semana entrante y que tiene orden de cerrar completamente la casa. Antes que tú me veré abandonado en este vasto mundo, y querría salir de la ciudad si supiera a dónde ir.
THOMAS: Hemos sido unos locos en no habernos ido cuando esto empezaba. Habríamos podido irnos a cualquier parte, no importa a dónde. Ahora ya no hay en qué viajar. Moriremos de hambre si se nos ocurre abandonar la ciudad. Ni aun contra dinero se nos dará de comer, y no podremos entrar en ninguna otra ciudad, mucho menos en las casas.
JOHN: Y para colmo de males, no tengo dinero para salir de apuros.
THOMAS: En cuanto a eso, podríamos arreglarnos. Yo tengo un poco, aunque no mucho, pero ya te digo: no pasa un solo vehículo por los caminos. Conozco un par de personas decentes de nuestra calle que trataron de viajar. En Barnet o en Whetstone, o en los alrededores, los pobladores los amenazaron con fusilarlos por la espalda si daban un paso más, y debieron regresar, completamente desanimados.
JOHN: Yo habría corrido el riesgo de un balazo. Si se hubieran negado a venderme alimentos, pese a mi dinero, se los habría sacado de sus propias narices, sin que pudieran hacerme perseguir por la ley, puesto que les habría ofrecido dinero.
THOMAS: Hablas en tu lenguaje de viejo soldado, como si en este momento estuvieras en los Países Bajos. Pero el asunto es mucho más serio. La gente tiene muy buenas razones para mantener a distancia a todos aquellos de los que no está segura, sobre todo en un tiempo como éste, y no podemos recurrir al saqueo.
JOXN: No, hermano, te equivocas en eso, y además te equivocas con respecto a mí. A nadie querría robarle. Pero aceptar que toda una ciudad me niegue, a todo lo largo del camino, atravesarla por el camino real, y además que me niegue víveres que quiero pagar con mi dinero, es convenir en que esa ciudad tiene el derecho de hacerme morir de hambre, lo que no es cierto.
THOMAS: Te deja la libertad de regresar al sitio de donde vienes. Y por consiguiente no te hace morir de hambre.
JOXN: Pero de acuerdo con esa ley la primera ciudad que haya dejado atrás me negará el permiso de regresar a ella, y entre ésa y la otra me matarán de hambre. Además, no hay ninguna ley que me prohíba viajar por los caminos a donde se me dé la gana.
THOMAS: Pero serán tantas las dificultades, tantas las discusiones que hallaremos en cada ciudad a lo largo del camino, que no son unos pobres diablos como nosotros los que podrán emprender semejante viaje, sobre todo en estos momentos.
JOHN: En tal caso, hermano, nuestra situación es peor que la de cualquiera, porque no podemos irnos ni quedarnos. Me siento como un leproso. Si nos quedamos aquí, tenemos la certeza de morir, considerando las circunstancias en que nos hallamos, sin alojamiento e imposibilitados de encontrar otro en ninguna casa. Y en un tiempo como éste ni qué pensar en dormir al aire libre: sería como subir ya mismo a la carreta de los muertos. Por eso te digo: si nos quedamos aquí, moriremos a punto fijo; y si partimos, corremos el riesgo de la muerte. Prefiero partir.
THOMAS: ¿Quieres irte? ¿Y a dónde? Gustoso me iría contigo si supiera a dónde. Pero no tenemos amigos ni relaciones. Aquí hemos nacido y aquí debemos morir.
JOHN: Tom, todo el imperio es mi país natal, tanto como esta ciudad. Es como si me dijeras que no debo abandonar mi casa ,cuando se está quemando. ¿Acaso no me dices que no debo abandonar la ciudad donde he nacido cuando ella ha sido infectada por la peste? En Inglaterra he nacido y en Inglaterra tengo el derecho de vivir, si puedo.
THOMAS: Pero tú sabes bien que de acuerdo con la ley inglesa todo vagabundo puede ser detenido y llevado a su último domicilio legal.
JOHN: ¿Y por qué habrían de tomarme por un vagabundo? Sólo pido viajar en las condiciones admitidas por la ley.
THOMAS: ¿En qué condiciones admitidas por la ley pretendes viajar, o mejor dicho errar? Los condestables no se dejarán envolver con palabras.
JOHN: ¿Acaso no es una excusa legal huir para salvar la vida? ¿Y acaso no están todos al tanto de la verdad? ¿Quién podría acusarnos de emplear subterfugios?
THOMAS: Supongamos que nos dejen pasar: ¿a dónde iremos?
JOHN: No importa a dónde con tal de salvar nuestra vida. Ya habrá tiempo de pensarlo una vez que hayamos salido de la ciudad. Si logro escapar de este sitio terrible, poco me preocupa saber a dónde iré.
THOMAS: Nos veríamos obligados a cometer barbaridades. ¡No sé qué pensar!
JOHN: Bueno Tom, piénsalo un poco.